en otro continente la gente huye despavorida de la ola gigante de mierda que se les avalanza. un tsunami gigante de desperdicios y podredumbre. pero ella no llama y yo no llamo y se vuelve un juego idiota pero si se volvió algo enfermizo es porque algo simplemente ya no está. la ola alcanza los cien metros de altura y se bambolea amenazante sobre la ciudad. sólo hay silencio y miradas sin voces. miles de personas aterrorizadas mientras tus ojos calmos, inquietantemente calmos hablan boludeces. por qué no abrir el alma, aceptar la ola de mierda. aunque allá abajo siguen bailando y yo no, y qué importa si ella piensa o no piensa en mí. ya pasó el 24. hay que ir desarmando el arbolito. guardar todos los adornos con los que decoré esta habitación adentro mío.
todo por no saber los horarios de este lugar. cinco minutos tarde para entrar al boliche, cinco minutos tarde para tomarme un whisky en la barra del hotel antes de ir a dormir. son cinco y no son nada y mi mente está cinco minutos tarde, pensando y repensando pero ahora solamente comprando estrés. miro la mesa de luz en mi frustro de 25 a las 5.05am sin fiesta ni charla y encuentro un benedetti con ganas de contarme sus despistes y sus franquezas. y eso era todo lo que yo necesitaba escuchar, despistes y franquezas. risas y vergüenzas y realidad.
y allá abajo la gente con gorros de navidad y champán en vasos de plástico, pero qué importa si es real. sus poses de maniquíes lookeados, ese es el juego que compramos cuando pagamos la entrada. y la muni me dejó afuera del boliche, del juego, de los gorros de navidad y vestidos cortos, por cinco minutos. tal vez esos cinco minutos fueron mi glamorosa voluntad inconsciente. no sé. benedetti me sonríe entre páginas de textos cortos y poesías que no gustan tanto en la habitación circular que da al paraná. escucho apenas el chapoteo opacado por grupo play a todo volumen. las sábanas de hotel me aconsejan con un estilo inglés un poco frio, pero qué importa, todo mimo es bienvenido.