lunes, 24 de septiembre de 2012

En esta cuadra no hay edificios altos

-¿Cómo se llega allá ariba?- pregunté, señalando unas ventanas iluminadas en el edificio de enfrente.
-Por adentro del cine- dijo Santi.
-Para mí es por la puerta de al lado- opiné yo. Garufa nos escuchaba mientras trataba de prender la pipa con un encendedor casi vacío.
     Sentados en la vereda mirábamos el edificio del viejo cine. Era de noche y nosotros tomábamos una cerveza bajo la luz de neón del cartel luminoso que decía “Cine El Cairo”, en letras verticales, paralelas al edificio de varios pisos que se levantaba encima del cine. Había muchas ventanas, la mayoría con las persianas bajas y a oscuras, excepto las del penúltimo piso, que dejaban escapar luz un tanto borrosa. Como esos vidrios donde podría decir escrito “Detective privado”.
-Ahí seguro que hay un gordo contando billetes con un mono subido al hombro-dijo Santi. Todos reímos.
-Con anillos y cadenas de oro- acotó Garufa y seguimos festejando.
-Pelado y de bigotes
-Y con lentes de sol
-A que la oficina está llena de humo.
-Seguro que es mafioso.
-Y que hay una mina con un corsé negro sentada en un sillón. Le tiene miedo pero a la vez no se quiere irse.
     Estábamos así, riéndonos, y gritándole al gordo desde la vereda, cuando de repente un hombre salió del cine, abriendo una de las puertas de vidrio con un movimiento brusco. El hombre se quedó quieto, sosteniendo la puerta abierta con la mano izquierda, mirándonos fijamente desde el otro lado de la calle. Era alto, tenía pelo canoso y largo, atado en una colita y usaba una campera de cuero. Casi en el mismo instante las luces del ingreso al cine (que estaban prendidas desde la función de la tarde) se apagaron de golpe, dejando al hombre iluminado sólo por el reflejo tenue del neón. Nosotros nos quedamos mudos, mirando al hombre, que a su vez nos miraba fijo.
-El sicario del gordo- susurró Santi.
-Shhh- dije yo. Yo casi no podía respirar. No habíamos hecho nada, pero en todo caso, que el sicario supiera que nosotros sabíamos todo acerca de ellos no podía significar nada bueno.
     El hombre miró a los lados, comprobando que no había nadie y amagó a cruzar la calle. Nosotros intercambiamos miradas. Mi mano se apoyó instintivamente en bolso. Estábamos preparados para huir. De pronto se escuchó el ruido de un auto con motor potente que estaba doblando por calle Sarmiento. Paró en doble fila entre nostotros y el hombre. El hombre subió al lugar del acompañante y el auto aceleró y se alejó. Podría jurar que gritó algo mientras se alejaban.
    Lo seguimos con la mirada y respiramos de nuevo. Nos miramos y reímos con nervios. Pasado el susto decidimos irnos. Nos subimos a las bicis y nos fuimos pedaleando en la misma dirección, saludando a gritos al gordo. Cuando habíamos hecho algunos metros, giré la cabeza y miré para atrás. Alcancé a ver una silueta difusa en una de las ventanas iluminadas antes perder de vista el edificio.

lunes, 17 de septiembre de 2012

enredados (vee)

Mi antebrazo marca una ruta sobre tu pecho.
un puente sobre el mar de piel plateada
que gime un silencio suave.
extraordinaria piel en silencio.
no quiero soltarme del puente que une las dos islas
quiero quedarme a vivir en tu cuerpo.
Pero algunas incertezas mojadas caen,
y no alcanzan nunca la superficie.

Podríamos, me digo,
podríamos hacernos chiquitos, minúsculos,
y desde tu ombligo pasear por mi brazo,
llegar hasta mi mano trepar por mis dedos
desde la punta de mis dedos saltar al abismo rojo
tu boca deja caer una gota
que se hunde en la noche
y nosotros con ella.
Sería una noche blanca.