todas mis relaciones son enfermizas
dijo ella,
tiene que ser un sadismo,
unas ganas de forzar los límites.
el diálogo tiene gusto a pucho,
a enajenación compartida
el masoquista que empieza
a asomar.
-sin negarlo,
todo es más fácil-
diría ella.
los bichitos zumban el atardecer.
son los únicos
que le arrancan un movimiento
a la pareja del banco
que habla
sin hacer contacto visual.
la gente pasa, sigue caminando,
no se entera del hombre oscuro
parado detrás de ellos,
silbando una melodía
que se enrolla en su látigo.
todo sucede sólo para ser escrito un rato más tarde,
dijo él.
(como si pensar fuera el remedio.)
el hombre oscuro giró la cabeza y
agitó el látigo.
la camisa del muchacho descosió un mambo
en cuadrillé
y dos lágrimas de cerveza
cayeron en el césped.
y acá
cualquiera
putea por cualquier cosa.
inconformismo
al pie de la letra
de un guión de cine under.
somos todos putos
por convención social.
entonces
capaz que esas fotos grotescas son
la virga realidad.
y siguen dándose manija:
la misma melodía suena en nuestro infierno,
dicen.
y nada los mantiene juntos
ni los separa,
los egos arrinconados
contra el ala del sombrero viejo,
como un quejido
que sale desde el patio del fondo.
otro criadero de mosquitos.
ella se sintió menos sola ahí,
con él,
los dos,
pensando en armar un grupo de autoayuda
para gente como ellos.
con el látigo todavía goteando,
el hombre se excluyó despacio,
escapándole al círculo iluminado.
la musiquita
ahora
viene desde la sombra.