lunes, 10 de febrero de 2014

.. .sin titulo.-

    Había una vez un hombre muy delicado. El hombre tenía manos muy finas y formas de hombre sin arrugas. El hombre que era delicado tenia los sueños limpios y los aburrimientos angostos. Hasta los edificios tenían agendas más despeinadas que el hombre. Al hombre todo esto no le hacía mucha gracia pero en todo caso era así y qué podía hacer él frente a tanta cosa bien tendida. Generalmente por las noches el hombre pensaba en su día y escribía algunas cosas en un cuaderno con forro de papel araña. Cuando se terminaba el cuaderno compraba otro parecido y siempre ponía la tapa del dentífrico. A veces el hombre tenía una sensación brillante de que había algo colgando encima de su cabeza fuera a donde fuera. Una especie de aire raro y volátil, como si estuviera en un juego de mesa en donde alguien iba sacando cartas e iban pasando cosas. Y estas cosas les pasaban a todos menos a él. Por eso el hombre que era delicado se escondía en los misterios de otros. A veces se disfrazaba de mujer embarazada y se divertía mucho. Como tenía manos delicadas, la gente nunca sospechaba que las manos de la mujer embarazada eran las manos del hombre delicado. Incluso llegó a disfrazarse de álamo y se quedó en una plaza varias semanas. Varios chicos lo usaron como palo para armar un partido de fútbol porque era flaco y nítido. El hombre sólo callaba y ni siquiera se quejó con los pelotazos. Cuando llegó a su casa escribió en el cuaderno de cuando se disfrazó de árbol y nadie se dio cuenta pero él se dio cuenta que no había hablado con ninguna persona ni había movido su cuerpo en muchos días. En cambio su cabeza vibraba como sacudida por chorros de música que no tenía un solo ritmo sino más de uno. Y el hombre encontraba patrones en el ritmo y pensaba que era curioso pero después los bordes se hacían difusos y volvía a sentir simplemente el peso del baile angustioso de su cabeza después de ser álamo durante muchos días. Así el hombre pasó largos insomnios. Los sueños se le enredaban frente a los ojos y no lo dejaban ver la luna.

    Entonces el hombre que era muy delicado pero tenía sentido del humor quiso aprender a hacer algo con sus manos y se anotó en un curso de carpintería. Durante muchos días el hombre tomó mates con palabras como garlopa, escofina, gubia, avellanado, perfilado y muchos nombres de maderas. En ese tiempo practicó sobre cómo trazar líneas paralelas y en un momento ya no necesitaba del gramil para que las rectas se extendieran derechitas. El hombre sospechaba que las rectas se creían muy elegantes porque sabían que no se iban a cruzar con ninguna otra recta de la familia. Al hombrecito lo inundaba la sensación de que en esas rectas eran senderos hechos de pequeños puntos de fuga uno al lado del otro que lo miraban como si algo los conectara, al hombre y a los puntos de fuga. Los puntos de fuga esperaban que el hombre camine por ellos y se lo hacían saber respirando todos de manera coordinada, como un timbre suave. Cuando esto pasaba el hombre se sentía muy triste. El no quería caminar siempre por líneas rectas. Entonces aprovechaba cuando las rectas ponían cara de elegantes y de señoras paquetas y les decía que se iban a cruzar en el infinito con un tono de malicia pomposa. Todas las líneas se cruzan allá a lo lejos decía el hombre. El hombre no sabía por qué las líneas se cruzaban tan lejos ni tampoco si las líneas entendían lo que era irse tan lejos. Pero muy lejos no es tanto como nunca decían las rectas. Así las líneas se escandalizaban y el hombre se divertía un poco y alejaba la sensación de tristeza mientra encastraba piezas con colas de milano. 

    El día anterior a aquel en que el hombre delicado me contó todo esto se había golpeado varias veces los dedos con el martillo. Ya tenía las manos sucias y rasposas pero ahora además sus uñas se habían tornado negras y violeta como víboras del áfrica. Por lo que me contó el hombre sigue teniendo manos delicadas pero una sonrisa de cansancio cuando se acuesta en su cama. Ya casi no piensa en los senderos que corren paralelos y si los sueña elige el infinito como escenografía. 

1 comentario:

A. Mendez dijo...

Me encantó.
Hola, tano. Vengo porque estoy de vuelta y siempre me acuerdo de vos. Un abrazo con incertidumbre.

PD: Me cambié el nombre pero sigo siendo Ale :)